domingo, 15 de mayo de 2011

A tu lado

Ayer en catequesis he tratado de comentar con los niños la parábola de "El hijo pródigo".
No sé si ellos se llegaron a enterar del inmenso significado de esta parábola, pues estaban un poco distraídos. Pero a mi sí me recordó que, a pesar de nuestros pecados, Dios siempre está esperando que volvamos a Él arrepentidos para perdonarnos y alegrarse de nuestro regreso a su lado.
Pero no como una magnánima autoridad superior que judga, nos restriega nuestras faltas y al final decide perdonarnos, sino como un padre, o madre, amoroso que nos está viendo sufrir por el mal que hemos hecho y que desea con ilusión que nos acerquemos a Él para darnos su consuelo y alivio, decirnos que ya nos había perdonado y darnos la fiesta de la alegría de sentirnos en su Amor. Hay poca felicidad más grande.

Evidentemente yo no descubrí todo esto en la sesión de catequesis. Estaba demasiado ocupado con que no se "distrajeran" en exceso mis catecúmenos.
No, fue por la tarde, durante la oración de adoración al Santísimo en Viesques.

Llegué con pocas ganas pero con muchas esperanzas, pues la experiencia me dice que es un rato de mucho provecho. Así que totalmente descentrado hice lo único con un poco de sentido en un momento así: pedir socorro a Jesús, necesitaba que me ayudase a centrarme.

Y por esta vez me dió una respuesta clara:
primero me imaginé a mi mismo tendiéndole la mano a un Jesús que me tendía la suya desde una posición elevada, como si estuviera en el cielo (un cielo oscuro, por cierto) y yo aquí en el suelo y, aunque estaba cerca,no alcanzaba con mi mano a la suya por más que nos estirásemos. Y a continuación me dijo: No, no es así, Yo estoy aquí a tu lado. Y sentí como si estuviera a mis espaldas con sus manos apoyadas en mis hombros, dándome paz y diciendome que no me preocupara. Qué papanata acabo de escribir, no sentí como que, creo y sé que estaba allí con nosotros, conmigo.


Luego José Juan, el sacerdote que está con nosotros en la oración y al que quiero (y todos queremos) muchísimo, me (nos) regaló la recitación (en la oración no lo lee, lo recita de memoria y yo creo que el señor le inspira) del pasaje del evangelio en que Jesús dice que Él es el Buen Pastor que quiere y dá la vida por sus ovejas. Con lo cual "miel sobre ojuelas" (el que tenga oidos para oir que oiga).

Así pues la lección que el Señor me ha dado hoy es magnífica: "déjate amar por mí", dejémonos amar por Él, yo sólo no puedo nada, es Él el que lo puede todo, yo sólo tengo que ser su instrumento. Toma lección de humildad.

Gracias Dios mío.

miércoles, 20 de abril de 2011

Un instante de fe

Estamos de misiones familiares y hemos salido a misionar esta mañana con nuestra querida Mater por la zona que nos habían asignado.
La mañana transcurría como cualquier otra: alguna gente te escucha y te hece algo de caso, otra gente te dice que tiene prisa, otra te pide con distintos grados de amabilidad que los dejes en paz...
Pero no habíamos encontrado ningún interlocutor digno de mención, aunque eso sólo Dios lo sabe.


Otros misioneros, en este y otros años, sí habían tenido esa fortuna con la cual nos alegramos todos. Añorando esta posibilidad pensé, oré o me inspiró el Espíritu Santo, que con fe en que es María la que sale de misión y nosotros meros instrumentos en sus manos y que es Ella y no nosotros, la que decide dónde y cómo actuar, tuve un instante inmensa fe en esta premisa e instantes después nos abrió la puerta de su casa una mujer con la que mi esposa y yo encontramos que teníamos grandes cosas en común y con la que pudimos conversar más de una hora.
El resto del día también ha sido grandioso, un auténtico regalo de nuestra Madre.
Aparte de darle muchas gracias por el día de hoy y por la lección recibida a Dios y a María, uno se pregunta ¿por qué mi fe es tan pequeña y tan breve? ¿Y qué ocurriría si fuera mayor?
Hoy el evangelio nos invitaba a sentirnos queridos por Dios tal y como somos. Yo me siento superafortunado porque he visto que Dios me quiere y me quiere tal y como soy.
Bendito sea.